El trabajo del psicólogo, en esta clase de problemáticas, es guiar la elaboración de ese duelo, otorgar un espacio para que la persona pueda exteriorizar sus sentimientos y lograr una mejor adaptación y aceptación de la nueva situación y un esclarecimiento de las emociones propias de este proceso cuyo fin es recordar lo perdido sin dolor.
El duelo es la reacción normal a la pérdida. Lindemann observó otras reacciones similares en las personas con duelo:
– Culpa y autorreproche.
– Ansiedad.
– Soledad.
– Fatiga.
– Incapacidad.
– Shock.
– Anhelo.
– Emancipación.
– Alivio.
– Adormecimiento.
El trabajo del duelo supone no sólo la persona perdida, sino todas las esperanzas, sueños, fantasías y expectativas no realizadas que el doliente tenía para la persona y su relación; esto rara vez es reconocido y representa una gran cantidad de pérdidas simbólicas para el doliente.
Las manifestaciones básicas del duelo se pueden diferenciar en tres fases:
- Fase de evitación: Como un inicio del reconocimiento brota la negación. El tiempo de la negación es terapéutico, su función es amortiguar al individuo para absorber la realidad de la pérdida.
- Fase de confrontación: Durante esta fase el duelo es experimentado más intensamente; la persona reconoce que ha tenido una pérdida, aunque la negación y la incredulidad todavía pueden permanecer. Hay dos emociones comunes en el duelo que causan problemas por la actitud de la sociedad hacia ellas: la rabia y la culpa. La depresión y la desesperación son reacciones comunes en las pérdidas importantes. La negación es posible en esta fase.
- Fase de restablecimiento: Esta fase constituye una declinación gradual del duelo y marca el inicio del encuentro emocional y social dentro del mundo. El doliente aprende a vivir con la pérdida: la energía emocional es reinvertida en nuevas personas, cosas e ideas.
Los síntomas somáticos son reacciones manifiestas que indican que el duelo todavía está sin resolver. Su presencia es una buena razón para remitir a terapia.
OConnor (1995) distingue unas etapas en el proceso de duelo:
- Ruptura de antiguos hábitos: Las semanas que siguen inmediatamente a una muerte son un período de entumecimiento y confusión, nada es normal; prevalecen los sentimientos de choque, incredulidad, protesta y negación. Las ocupaciones son de gran ayuda en el transcurso de los primeros días; éstas dan la oportunidad de empezar a comprender la realidad de la pérdida. Durante esta primera fase del duelo, la persona puede experimentar cambios en su vida cotidiana. Cualquier circunstancia en la que surge el recuerdo de la persona fallecida es un momento potencial para las lágrimas. Es muy importante que esos sentimientos de aflicción emerjan, ya que son purificantes y depuradores.
- Inicio de la reconstrucción de la vida: La búsqueda y el establecimiento de una identidad personal, nueva y separada, es importante en esta segunda etapa de la recuperación. Es un proceso lento, que puede ser doloroso y alentador a la vez.
- La búsqueda de nuevos objetos de amor o de amigos: La vida ha vuelto a la normalidad. Algunos hábitos antiguos se han establecido firmemente y las nuevas costumbres se han vuelto cotidianas. Las tareas diarias fluyen, el dolor emocional es menos agudo.
- Terminación de la readaptación: Los hábitos cotidianos de la vida se mezclan, se unen los patrones antiguos con los nuevos y se llevan a cabo como si hubieran existido antes de la pérdida. El espacio habitacional, los arreglos para el trabajo, el cuidado de la casa, de los hijos, las actividades en el tiempo libre, los amigos y la familia, se han establecido en un flujo cómodo.
La capacidad para orientar el dolor es importante tanto para el individuo que experimenta la pérdida, como para la sociedad de la cual forma parte. La conducción del duelo significa saber manejarlo, comprender los sentimientos, aprender a vivir con la pérdida y el cambio, ajustar los sucesos de una muerte o cambio y sus consecuencias en la vida.
Lindeman (1944) llamó trabajo de duelo a tres tareas que son aplicadas a todo tipo de pérdida: liberación de la esclavitud del fallecido, readaptación al ambiente en el que el difunto está ausente y formación de nuevas relaciones.
La habilidad para reconocer y manejar los cambios y las pérdidas será un factor decisivo en la transición positiva hacia el futuro. Cuatro respuestas posibles al cambio:
- Conservación: intento por conservar y proteger el status quo, negar y suprimir la angustia del dolor tratando de permanecer en el presente o volver al pasado.
- Revolución: rechazo de los valores y creencias anteriores.
- Escape.
- Trascendencia: significa que la persona puede ir más allá de la pena y la pérdida para reorganizar su vida de una forma nueva y significativa.
Los factores clave que determinan la forma en que el fallecimiento de un padre afectará a un hijo adulto son: la naturaleza de la relación con ese padre, la edad del hijo cuando ocurre la muerte, la madurez emocional del hijo superviviente, el período de advertencia previa a la muerte y el tiempo que el padre y el hijo han dedicado a discutir los aspectos tanto prácticos como emocionales que comprende el deceso del padre.
Hay distintos modelos explicativos del proceso de duelo: modelos biológicos, psicodinámicos, teoría del apego y la teoría de los constructos personales y modelos cognitivos.
Es imposible delimitar categóricamente la diferencia entre un duelo sano y un duelo patológico. El aspecto que más decisivamente determina que la configuración de estos síntomas adquiera un carácter patológico es la personalidad de quien sufre la pérdida.
Las personas en las que el duelo se convierte en una entidad patológica generalmente se caracterizan por poseer rasgos de personalidad particulares, identificables antes de la ocurrencia de la pérdida. La tendencia, presente desde la niñez, a establecer relaciones cargadas de ansiedad y ambivalencia con aquellos a quienes se ama.
Las relaciones afectivas de la personalidad propensa al duelo en tres categorías: la primera incluye personas con un alto grado de apego ansioso, cargado de una ambivalencia manifiesta o encubierta. Una predisposición compulsiva a prodigar cuidados a los demás y, por último, aquellos individuos que pretenden elevados niveles de autosuficiencia emocional e independencia de todo lazo afectivo, proporcionales a su fragilidad en este campo.
El duelo patológico es una intensificación del dolor que invade a la persona, bloqueando sus mecanismo para la elaboración del duelo y cuyo resultado, generalmente, se manifiesta en conductas no adaptativas.
El objetivo de la terapia de duelo es ayudar al paciente a resolver los conflictos inherentes a la separación y facilitarle la superación de las etapas necesarias para elaborar la pérdida.
Siguientes tareas:
- Aceptar la realidad de la pérdida.
- Experimentar el dolor de la aflicción.
- Adaptarse a un medio socialmente modificado por la ausencia del ser querido y a nuevos objetivos o nuevos roles.
- Distanciarse de la relación emocional con el ausente para poder emplear esta energía en otras relaciones afectivas.
En los duelos no resueltos estas etapas no han sido adecuadamente superadas y el papel del terapeuta es proporcionar al paciente la orientación y el apoyo necesarios para que lo logre.
- Antes de intervenir a nivel psicológico, el terapeuta debe descartar cualquier patología a nivel físico.
- Es necesario establecer un acuerdo terapéutico que determine las condiciones bajo las cuales se llevará a cabo el proceso.
- Se induce al paciente a hablar sobre la persona fallecida.
- Cuando durante el proceso terapéutico es posible detectar la existencia de objetos que, de alguna manera, simbolizan los lazos con la persona ausente, se evidencia la necesidad que tiene el paciente de mantener externamente una relación con el difunto, síntoma que en la mayoría de los casos es indicio de un duelo no resuelto.
- Explorar las fantasías sobre la finalización del proceso de duelo, es decir, analizar las implicaciones que tiene para el sujeto abandonar su dolor.
Existen dos alternativas adicionales a la terapia de duelo: el asesoramiento de duelo y la intervención en el duelo anticipatorio.